La “economía del cuidado” ha sido un concepto muy fructífero en la región para articular demandas de equidad de género y abrir puertas al diálogo con hacedores de políticas
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En los últimos años, la “economía del cuidado” ha pasado a ser parte del vocabulario de las agencias de Naciones Unidas, de las oficinas de la mujer de los gobiernos, de algunos gobiernos, de algunas activistas. Se utiliza para articular demandas de servicios de cuidado para niños y niñas pequeños (con menor intensidad para adultos mayores), de regulaciones en el mercado de trabajo, de la cobertura previsional de las “ama de casa” y del “salario para las amas de casa”. Se utiliza para hablar de la “crisis de cuidado” desde la demografía. Se la emparenta con los “regímenes de cuidado”, o también con la “organización social del cuidado”.
La “economía del cuidado” ha sido un concepto muy fructífero en la región para articular demandas de equidad de género y abrir puertas al diálogo con hacedores de políticas. Y esto ha sido así porque la “economía del cuidado” tiene la ventaja de aunar los varios significantes de “economía” –el espacio del mercado, de lo monetario y de la producción, allí donde se generan los ingresos y donde se dirimen las condiciones de vida de la población– con el “cuidado” –lo íntimo, lo cruzado por los afectos, lo cotidiano–.